Y me enoja. Muchísimo. Entiendo que exista gente que cree que lo que le pasó a los normalistas es un hecho aislado, que a ellos nunca les va a pasar porque trabajan, pagan impuestos, rezan mucho, no viven en Guerrero, no son “revoltosos”, comen verduras y toman chocomilk. Entiendo que sus posturas políticas sean de derecha o de izquierda o de chicharrón. Entiendo que no les interese. Entiendo que no se identifiquen. Entiendo que no lo entiendan. Pero me enoja. No lo puedo evitar. Qué pinche falta de empatía.La realidad es que a todos nos puede pasar y nadie, de verdad, nadie está exento de atravesar por un momento así.
Hace un tiempo ya, desapareció un conocido al que supuestamente paró la policía federal. Nadie sabe qué le pasó ni dónde está; era una buena persona, tenía familia, trabajaba muchísimo. Y le pasó. A los papás de la guardería ABC les pasó; eran papás trabajadores, que confiaron en que el gobierno había supervisado los requerimientos mínimos para que la guardería fuera segura y les pasó lo peor que les pudo haber pasado: Perder a sus hijos. 49 niños muertos. En la marcha de hace dos sábados, a dos conocidos los arrestaron de manera arbitraria; uno mientras sólo pasaba por el zócalo, vio que una persona necesitaba ayuda (por que los granaderos lo habían golpeado) y pum! Lo agarraron. El otro estaba cubriendo la marcha tomando fotos y video. Los dos trabajan, los dos son buenas personas y les pasó. Ayer a una familia que fue a la marcha con un niño en brazos y les pasó. A gente que estaba cenando en el centro, les pasó.
No son cosas lejanas, son cosas que le pueden pasar a cualquiera.
Después de mi enojo me puse a sopesar la situación: Estoy enojada, pero ¿y entonces? ¿Nada de lo que hacemos sirve porque hay mensos como Jorge escribiendo pendejadas así? ¿No sirve por que no puedo hacerle sentir lo que yo y muchos más sienten? Ni madres, sí sirve. Sirve porque hay presión internacional, sirve porque hubo movilizaciones por todo el país. Sirve porque gente que nunca se había unido a una causa, ahí estuvieron ayer, 20 de noviembre.
Para mí, el momento más catártico de anoche fue la quema de un Peña Nieto de 5 metros con nariz de payaso y las manos manchadas de sangre. Lo vimos entrar al Zócalo y lo seguimos. Éramos un grupo bastante grande rodeándolo entre goyas y gritos de justicia. Entró a la plancha y se colocó. Nos empezamos a abrir mientras todos gritaban “¡Quémenlo! ¡Quémenlo!” y así, lo prendieron. Primero llamitas débiles y de repente una flama enorme bailaba al ritmo de “Fuera Peña, "Asesino" y "El que no brinque es Peña", cuando el fuego llegó a la cabeza todos gritábamos, altísimo y a mí me dio muchísima risa (a veces me río en los momentos menos adecuados, lo acepto) y lloré: estoy enojada, triste y nerviosa. Era justo lo que necesitaba. Sé que nada de lo de ayer se trataba de mí, evidentemente, y que seguro no les importa, pero cuento esto porque me pareció una acción más fuerte y significativa que -por ejemplo- las bombas molotov a Palacio Nacional. Y es que cuando la situación es tan fuerte a veces hacen falta momentos así. Es como la primera vez que prendes “cuetes” en la calle y te mueres de risa y gritas de emoción y te vas a esconder atrás de un coche porque son de los que truenan duro… y ya que se acabaron, tienes un sentimiento de liberación. Los gritos de ayer no eran de inocencia, de felicidad, ni de travesura; eran una mezcla entre desesperación, enojo y el sentimiento de que algo tiene que pasar. He sentido esto miles de veces, en muchas ocasiones y en muchas marchas. Algo tiene que pasar. La esperanza. La tristeza unida. El desprecio por los gobernantes y su ineptitud. El apoyo a los que la están pasando mal. Algo tiene que pasar. Porque esto no puede seguir así, porque el país tiene que cambiar, porque ya nos cansamos: Algo tiene que pasar. Y ayer lo sentí más fuerte que nunca. Algo va a pasar.
Y aunque parece que no sirve de nada, las cosas sí cambian. El problema es que a veces no lo hacen con la rapidez y la contundencia que todos esperamos y por eso tanta gente se va yendo. El cansancio y el hartazgo de que nada pase se mezcla con la amenaza de ser reprimido y la gente deja de ir a las marchas, deja de convocarlas. Y todos volvemos a nuestras vidas como si nada, bien lo dijeron los Zapatistas
Ahorita denme chance, voy a hablar en chinga de #YoSoy132 y ya van a ver por qué (por pejezombie, obvio). Muchos pueden ver al movimiento como un fracaso rotundo porque Peña sí llegó a la presidencia. Yo difiero. A partir de #YoSoy132 muchísima gente se conoció, formó grupos que hasta la fecha, siguen unidos y que de una manera u otra están ayudando al país. Sentó un precedente porque la mayoría de los que estábamos no formábamos parte de ninguna organización política y por eso fue tan fuerte para muchas personas, porque no entendían que la gente pudiera salir a la calle sin tener a un pelmazo dándonos instrucciones; no entendían la organización masiva fuera de un sistema de partidos. Salimos miles a las calles y de esos miles quedan nada, pero los que quedan se juntaron y se hicieron fuertes. Y lo más importante fue que nos quitó muchísimos tabúes. Antes en las marchas esperabas ver a los estudiantes de las escuelas públicas y ya. Pero hoy no. Hoy escuelas públicas, privadas y gente de todo tipo se entienden como parte de un mismo país y no les da “cosita” unirse para reclamar justicia. Por eso me da muchísimo gusto ver a los contingentes de la Ibero y de la UVM marchando, a señoras que van saliendo del trabajo uniéndose a las marchas, a familias exigiéndole al gobierno. Y con orgullo. Quiero creer que el 2012 y #YoSoy132 nos hizo a todos más empáticos, nos quitó prejuicios y a muchos, nos quitó el miedo. Anoche muchísima gente se tomaba selfies en la marcha y me pareció increíble, porque significa que no les da pena decir: esta es una injusticia y aquí estoy.
¿Hubiera sido hermoso ver esta cantidad de gente cuando los Padres de la guardería ABC buscaban (y buscan) justicia? ¿O acompañando a las familias de las muertas de Juárez? ¡Claro! Pero las cosas pasan cuando pasan. A todos nos pesaron los 43 normalistas como si fueran nuestros hermanos, nuestros hijos y nuestros amigos, ¿por qué ellos y no otras causas? No sé. Pero los sentimos como si fueran nuestros, porque SON nuestros.
Así que no hay que desesperarnos, no hay que dejar solos a los que buscan justicia. No perdamos la cabeza. Siempre vamos a encontrar a gente que, como Jorge, piensan que las cosas son ajenas a ellos y que cada quien tiene lo que se merece (sea un golpe, un balazo, desaparecer o morirse). Pero habemos muchas otras personas que somos solidarias, que queremos que algo pase y que no nos vamos a cansar.
Ir a trabajar, estudiar, pagar impuestos, no tirar basura, dormir 8 horas, hacer ejercicio, querer a tus papás, nos hacen “buenas personas”; pero exigir justicia, apoyar a los que nos necesitan, organizarnos, no permitir abusos, nos hacen parte de un país que necesita cambiar. Urgente. Y hablando de falta de empatía: